jueves, 25 de agosto de 2011

EN BLANCO Y NEGRO

En mitad de ninguna parte se rompió el eco de un rugido, se partió en dos hiriente, sangrante, maltrecho, moribundo, sediento de sed.

A kilómetros de allí, en mitad de esta tierra hostigada olisquee en el camino una huella en el aire y guiándome por la posición que proyectaba en el suelo este sol cegador camine hasta encontrar la charca de agua que visible ya a cierta distancia era poco a poco tomada por multitud de animalillos, que al ocaso, acudían en manada hasta allí para saciar su sed, refrescar su aterciopelado pelaje y descansar.

Desde hacía días ya que aquel cielo estaba plomizo, las nubes se distorsionaban pesadas en el aire desgarrando cada vez más esta extensión de territorio, esta pradera ancestral que desde donde abarcan los conocimientos había sido, junto a mi manada, marcada y conquistada en lo que consideraba como mi hogar.

Este año, la estación de la sequia estaba resultando especialmente dura, abrumadora, la lluvia no terminaba de llegar y las bastas extensiones de pastos y de cultivos yacían languideciendo en esta tierra olvidada, lejana, cuarteada, poderosamente electrizante, cautivadora, ignorada de todos y por todos.

No muy lejos de allí, en la frontera que separaba en dos en márgenes los bordes donde mi territorio terminaba empezaba una realidad mucho más brutal, hiriente, sangrante, una realidad donde cada lagrima derramada, cada lamento recogido, cada alarido recibido de hambre y de sed era fiel testimonio de pequeños cuerpos curtidos por esta hambruna cruel y fatal.

Partí en dos el desgarrador reflejo del eco de tu rugido felino y de tu llanto de niño y a bocanadas lo arroje a este viento salvaje que pasa, que succiona en cenizas ese polvo arrastrado y desparramándose incansable por los cinco continentes viajo por tierra, por mar y por aire conquistando poco a poco otros mundos, otras tierras, otros territorios, otras culturas, y allá, en los confines donde se desvanece la vida y mueren los sueños, la conciencia dentro de cada ser humano toca corazones y hiere realidades.

Mientras tanto, tu cuerpo felino y tu cuerpo desnutrido de niño de la mano juntos caminan, cuidando el uno del otro por toda esta extensión de tierra somnolientamente seductora, conmovedoramente enigmática y dentro, la conciencia con todo su poder eterno rompía muros y traspasaba fronteras.