lunes, 16 de mayo de 2011

CALCAMONIAS



Con la boca entreabierta, embobada, así es como me quedaba cada vez que una calcamonía en el brazo me pegaba cuando con impaciencia descubría al abrir un pastelillo que al momento olvidado quedaba.
Ciertamente lo que mas me interesaba descubrir en aquellos momentos era la clase de calcamonía que en ese pastelillo me había tocado, asique ahora, con el brazo todavía chorreante por el agua que rebosante por mi brazo resbalaba pude sentir prisionera, apresada contra la palma de la mano aquella preciada calcamonía que pegada a mi piel quedaba.
No pude por menos que sentir una cierta fascinación, casi mágica, al descubrir pegado en mi brazo un imponente tren de vapor, soberbio, impactante, brillante al tras luz, humedecido todavía sobre la piel mojada.
Sople sobre mi brazo un par de veces para más deprisa así secar las diminutas gotitas de agua que a mi recién estrenada calcamonía con fuerza se adherían y fue entonces cuando del susto casi la palmo, por la ventanilla de aquella locomotora, sacando medio cuerpo fuera el viejo maquinista vociferando estaba, las manos negras, la tez tiznada y la caldera vieja el carbón quemaba.
El viejo cascarrabias conmigo enfadado estaba porque mi soplido alcanzo de lleno su caldera vieja que agonizante dormitaba, gritándome me dijo que yo era tonta, que mi soplido bailando entre las ascuas esfumándose se escapaba apagando la lumbre que el tanto necesitaba para alimentar el vapor que por la chimenea en el aire se dispersaba, gritando me dijo que ese tren no hacia parada en estaciones solamente las hacía en ilusiones, que bajo ningún concepto podía pararse porque sus pasajeros solo compraron billetes con viaje directo hacia el país donde habita con fuero el señor de los sueños dentro de los deseos, mientras a toda prisa de allí se alejaba atronando mis oídos hizo sonar una campana que con furia replicaba y del techo de la locomotora feliz se balanceaba y por si todavía no me había quedado claro me ordeno furioso que de allí me apartara y que mis soplidos yo me los guardara.
Todavía hoy, se puede sentir el traqueteo de aquel viejo tren de vapor alejándose de allí en la calcamonía que pegada a mi brazo en aquel pastelillo aquel día me había tocado.